jueves, 3 de marzo de 2011

ANDRÉS AVELINO CÁCERES PARADIGMA DE LA DIGNIDAD Y EL HONOR



Por: Víctor Hugo Guevara Ávila

DISCURSO DEL PROFESOR HUGO GUEVARA ÁVILA EN EL HOMENAJE DE LA OLMC AL 174 ANIVERSARIO DEL NATALICIO DE ANDRÉS AVELINO CÁCERES

Señor General Presidente Nacional de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres

Damas y Caballeros.

Constituye un alto honor para quien les habla, haber sido designado por la Orden de la Legión Mariscal Cáceres, para compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la vida y obra de su insigne patrono, con ocasión de conmemorarse el día de hoy el 174 aniversario de su natalicio.

Y me siento doblemente honrado porque este significativo acto cívico patriótico se inscribe en el año conmemorativo de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres, prestigiosa institución a la que con orgullo pertenezco como uno de sus cientos de esforzados legionarios.

Muchos son los bocetos, perfiles y rasgos biográficos, más o menos completos, que se han escrito sobre el Mariscal de los Andes Andrés Avelino Cáceres. De todo ello creemos que es necesario resaltar sobre todo su brillante trayectoria como soldado patriota, como heroico defensor de la integridad territorial y como destacado Conductor Nacional.

Puede decirse sin exageración que Cáceres nació soldado. Vio la primera luz en Ayacucho, el 10 de noviembre de 1836, y a muy temprana edad sintió el llamado de las armas, enrolándose en 1854 como subteniente en el batallón “Ayacucho” formado en su tierra natal por el general Fermín del Castillo, para secundar el movimiento revolucionario del Gran Mariscal Ramón Castilla, que culminaría con los famosos decretos que liberaron a los indígenas de la servidumbre y a los negros de la esclavitud.

Cáceres se hizo militar envuelto en las guerras civiles que caracterizaron el siglo XIX, pero tuvo el acierto de favorecer siempre las causas justas y el orden constitucional.

En 1856 brotó en Arequipa la reacción conservadora a favor del caudillo Vivanco, alcanzando desde allí dimensión nacional. El prefecto de Arequipa, coronel Cornejo, marchó a debelar la rebelión con sólo dos compañías, una de ellas la segunda del batallón “Ayacucho”, en la que formaba Cá­ceres, a quien en esta acción le tocó el mando de la primera guerrilla. Destacó en el ataque y por su valeroso com­portamiento le fue concedido el grado de teniente graduado, el 27 de enero de 1857.

Su división rechazó luego a las fuerzas rebeldes en Yu­mina, el 20 de junio de 1857, acción en la que Cáceres estuvo a las órdenes del Gran Mariscal San Román. En este combate volvió a distinguirse al frente de su compañía, tomando treinta prisioneros, mérito que le valió para obtener la efectividad de la clase de teniente, el 22 de aquel mes y año.

Vivanco se mantuvo atrincherado en Arequipa, hacia donde debió marchar el propio presidente Castilla, tomando personalmente el mando del Ejército que sitió esa ciudad durante varios meses, durante los cuales la segunda compañía del “Ayacucho”, en la que servía Cáceres, fue utilizada frecuen­temente como exploradora y en otras difíciles como honrosas comisiones.

Cáceres tomó parte en el combate de Siete Chombas, el 30 de noviembre de 1857, y poco después en el asalto a Bellavista, el 13 de enero de 1858. Una división rebelde mandada por el coronel Chocano ocupaba estas alturas. Dos compañías del Ayacucho fueron en­cargadas de desalojarla, protegidas por el ejército de San Román. Las compañías avanzaron intrépidamente y a pesar de las numerosas bajas derrotaron al enemigo tomándole sesenta prisioneros. Por esta señalada acción fue ascendido Cáceres a Capitán graduado.

En la noche del asalto final a Arequipa, entre el 6 y 7 de marzo de 1858, Cáceres mandaba la cabeza de vanguardia. Tomada la primera trinchera recibió orden de marchar por los techos, casa por casa, para ocupar el conventillo de San Pedro. En esta sangrienta acción Cáceres perdió dos de sus oficiales y la tercera parte de su efectivo, pero colocó su bandera en el sitio indicado.

Los revolucionarios ocupaban todavía dos posiciones formidables, las torres de Santa Rosa y Santa Marta. Cáceres, después de algún descanso, avanzó con sus fuerzas sobre Santa Rosa, torre a la que también llamaban Malakoff, en recuerdo de la famosa de Crimea.

Después de una lucha encarnizada con cada uno de los cuerpos que defendían esa torre, Cáceres se apoderó definitivamente de ella, a la que luego subió también el coronel Beingolea, felicitándolo calurosamente.

Al día siguiente, 7 de marzo, Cáceres volvió a la lucha en la ciudad con notable arrojo. Con auxilio de grandes tablones de madera, que servían de puentes de una calle a otra, y de uno a otro edificio, atacó y tomó nuevas fortificaciones. Hasta que al caer la tarde, cuando solo le quedaban 23 hombres, por haber caído muertos o heridos los restantes de los 76 con que su compañía contaba al comienzo de la lucha, fue alcanzado por una bala disparada a quemarropa, que penetrándole bajo el ojo izquierdo, le destrozó el cartílago inferior, saliendo por la oreja del mismo lado.

La herida fue tan grave que Cáceres quedó tendido entre los muertos, pero alguien se percató que aún daba señales de vida y fue esmeradamente atendido por orden expresa del viejo mariscal Castilla, quien apreciándolo mucho, al saber que no había muerto, se dice que exclamó: “¡Herida grave… muy grave… que no ha sido mortal…! ¡Dios lo reserva, sin duda, para grandes hechos!”.

Cáceres tenía entonces tenía 22 años. Por su brillante hazaña fue ascendido a capitán efectivo. Castilla, viéndolo padecer por tan tremenda herida, le propuso enviarlo a Europa, para curarse, pero Cáceres no aceptó, por haberse iniciado la campaña al Ecuador, en la cual se apresuró a tomar parte, el año 1859.

A su regreso, después del Tratado de Mapasingue, no consintió Castilla que siguiese padeciendo, y designándolo adjunto militar en París hacia allá lo envió para que se curara a costa del Estado. Se cuenta que Cáceres no quería hacer ese viaje por no contar ni él ni su familia con los recursos necesarios para sufragar los fuertes gastos que su curación en Europa requería, y que advirtiéndolo el Gran Mariscal le habría dicho: “La Nación, señor Capitán, debe por lo menos costear la curación de sus heridas a los que como Usted se sacrifican por ella”.

Menos de un año permaneció Cáceres en Europa, restableciéndose muy rápidamente, aunque le quedó para siempre una cicatriz de la que llegó a enorgullecerse, y el apelativo de “El Tuerto”, que lo haría famoso.

Se le dio luego el mando de una compañía del batallón “Pi­chincha”, que reorganizó e instruyó en Huancayo. De vuelta en Lima, se le otorgó el grado de sargento mayor graduado, el 1 de diciembre de 1863.

Por lo que respecta a Castilla, volvió a verlo Cáceres años después en un simulacro de armas que tuvo lugar en la Pampa de Amancaes. Pese a lo avanzado de su edad, el Gran Mariscal conservaba una memoria admirable. Se cuenta que el joven Cáceres se le acercó muy respetuosamente, acompañado de un oficial que quiso hacer la presentación preguntando a Castilla: “¿Tal vez lo recuerda vuestra excelencia?” A lo que el Gran Mariscal contestó: “¡Cómo no! ¡Muy bien que lo recuerdo! Es el Capitán Cáceres que tomó la torre de Malakoff”.

Al surgir el conflicto con España, Cáceres censuró ante sus compañeros la débil conducta del presidente Pezet, siendo por esta causa detenido en uno de los buques de la armada. Embarcado con rumbo a Chile, sin recursos, logró fugarse en Mollendo y mar­chó a Arequipa, donde ya había estallado la revolución restauradora del honor nacional, encabezada por el coronel Mariano Ignacio Prado, reconociéndosele como sargento mayor efectivo, el 13 de junio de 1865.

Triunfante la revolución nacionalista, después de la entrada a Lima, se le dio a Cáceres el grado de teniente coronel graduado, el 3 de julio del mismo año.

Concurrió el 2 de mayo de 1866 al memorable combate del Callao, como ter­cer jefe del regimiento que tuvo a su cargo la defensa del fuerte “Ayacucho”. Por su valerosa actuación en este combate fue promovido a teniente coronel efectivo, el 26 de enero de 1867.

Se encontraba en Ayacucho con mando de tropas el año 1867, cuando estalló una rebelión que puso fin al gobierno de Prado. Cáceres sostuvo el orden en todo el departamento y sólo después de constituido el gobierno del general Canseco, mar­chó al Callao para hacer entrega de sus fuerzas, que fueron disueltas pacífica­mente.

Durante la administración del coronel Balta, se retiró del servicio militar para dedicarse a las labores agrícolas. Pero establecido en 1872 el gobierno constitucional de Manuel Pardo, fue convocado en términos honrosos para volver al servicio, lo que aceptó nombrándosele segundo jefe del batallón “Zepita”.

Estan­do alojado en el cuartel de San Francisco cuando una noche de finales de 1874 estalló allí un movimiento sedicioso. Cáceres, medio vestido y revólver en mano, a la primera detonación tomó el mando de la guardia e hizo clausurar la puerta del cuartel, combatiendo durante dos horas hasta restablecer el orden, después de producirse numerosas bajas.

Entonces acudió al cuartel el presidente de la república, presentándole Cáceres a los sobrevivientes de su tropa en correcta formación, diciéndole con firmeza: “Señor: la sublevación ha sido dominada”. A lo que Pardo contestó: “Gracias, por eso le había yo confiado a Usted este cuerpo”. Este arrojo le valió para ser nombrado definitivamente primer comandante, reconociéndosele como coronel graduado el 18 de enero de 1875.

Para reorganizar y disciplinar a su tropa, Cáceres fue enviado a la montaña de Chanchamayo, donde se dedicó a trabajos de colonización. El batallón “Zepita” fue convenientemente adiestrado, al punto que Cáceres lo convirtió en modelo de las unidades militares.

Se encontraba Cáceres en Chanchamayo cuando en octubre de 1876 estalló en Moquegua la rebelión encabezada por Nicolás de Piérola, quien habría de promover la continua sedición, llevado por su sed de poder. Llamado de urgencia, Cáceres regresó con el “Zepita” a la capital y sin mayor dilación se embarcó para el Sur a fin de incorporarse a la división que comandaba Lizardo Montero.

Al frente de su batallón Cáceres desalojó a los rebeldes del desfiladero de Chuculay, en la mañana del 7 de diciembre de ese año, persiguiéndolos hasta Torata. Fue doblegada la rebelión y puesto en fuga su caudillo, que volvió a encontrar refugio en Chile, país que teniendo en mente la guerra de expansión acogía interesadamente a los sediciosos políticos peruanos.

Se desempeñaba Cáceres como prefecto del Cuzco, con retención del mando del “Zepita”, cuando en 1879 estalló la guerra con Chile. Marchó entonces a Iquique con su batallón, para integrar división con “2 de Mayo”, en el Ejército del Sur a las órdenes del general Buendía.

Cáceres salvó el honor del Ejército Nacional en esta campaña desgraciada, durante la cual, el 27 de octubre de 1879, le fue conferido el grado de coronel efectivo. En la batalla de San Francisco, el 19 de noviembre de ese año, sostuvo con firmeza su división, que fue la única que hizo con orden la penosísima retirada a Tarapacá.

Una semana después, el 27 de noviembre de 1879, Cáceres, con su división, dio a nuestras armas el único triunfo de la campaña del Sur. La historia recuerda que por propia iniciativa sostuvo allí una titánica lucha contra las tropas chilenas, que habían aparecido de improviso por las alturas, logrando derrotarlas después de largas horas de combate, tomándoles banderas y cuatro cañones. Pero bien sabemos que tanta gloria y tanto heroísmo no fueron suficientes para impedir que el enemigo ocupase esa tierra peruana, retirándose los nuestros a Tacna.

Puesto a las órdenes del contralmirante Montero en Tacna, Cáceres fue nombrado co­mandante de la segunda división compuesta por los batallones “Zepita” y “Cazadores del Misti”. En el primero de estos cuerpos fueron reunidos los restos de su antigua división.

En la sangrienta batalla del Campo de la Alianza, el 26 de mayo de 1880, Cáceres for­mó con su división el ala izquierda de la línea, distinguiéndose por su valor y denuedo. La división Cáceres, "hizo prodigios -dice una crónica-, recibiendo el doble fuego de flanco y de frente del enemigo". Cáceres, herido ligeramente y habiendo perdido su segundo caballo de batalla, se mantuvo siempre imperturbable. Pero, conforme relato del corresponsal de guerra chileno, al “Zepita” le "hicieron pagar cara la jornada de Tara­pacá”, muriendo en el campo de batalla muchos de sus integrantes. Al consumarse la derrota, Cáceres condujo una ordenada retirada, por el camino de Puno.

El prestigio de sus hechos precedió a su nombre. Todas las poblaciones del Sur le improvisaron brillantes y entusiastas recepciones. Y de regreso en Lima, donde en vano propuso una estrategia que el dictador Piérola no quiso escuchar, fue nombrado jefe del tercer cuerpo de Ejército entre los cuatro que se organizaron en la capital.

En la batalla de San Juan, el 13 de enero de 1881, ocupaba el extremo derecho del centro entre las divisiones Dávila e Iglesias. Después de dos horas de lucha, envueltos por una gran masa, se vio obligado a emprender la retirada. Cáceres recibió una herida en la mano. En la misma noche, Cáceres instó al dictador que le permitiera atacar a las tropas chilenas que embriagadas saqueaban e incendiaban Chorrillos. Como se sabe, no pudo obtener la autorización.

En la batalla de Miraflores, el 15 de enero, Cáceres mandó la derecha, es decir, las fuerzas que combatieron. La izquierda de la línea, por órdenes recibidas, permaneció inac­tiva. Concentrados los fuegos de mar y tierra sobre sus tropas se inició la derrota. Cáceres perdió dos caballos. Varios proyectiles quemaron su uniforme hasta que fue herido en un muslo. Ocho de sus ayudantes fueron muertos o heridos. Cáceres se esforzó en reunir los dispersos para organizar una nueva resistencia, pero desfalleciente fue llevado al hospital militar de San Pedro.

Invadida la capital, Cáceres permaneció oculto hasta que restablecido de sus heridas, aunque aún convaleciente, burló la vigilancia chilena y tomó el tren de la sierra, para desde Chicla dirigirse a lomo de mula hasta Jauja, donde se puso a las órdenes de Piérola. Éste le confirió el grado de General de Brigada, el 26 de mayo de 1881, dejándolo como Jefe Superior Político y Militar del Centro, mientras proseguía su retirada a Ayacucho.

Entonces fue que se inició la ardua empresa de la gloriosa guerra de resistencia nacional, denominada Campaña de La Breña. Instalado en Jauja, Cáceres formó su primera columna para hostilizar al enemigo hasta en la que­brada del Rímac, adoptando como distintivo la funda roja en el kepís, que sus luchas inmortaliza­ron después.

Poco a poco, con el valioso apoyo del campesinado, las huestes de Cáceres fueron incrementándose. Algunos jefes del antiguo ejército, veteranos de las campañas del Sur y de Lima, marcharon a la sierra para ponerse a sus órdenes. Cáceres se movilizó por diferentes pueblos, y plantó nuevo cuartel general en Matucana, teniendo a los chilenos no más allá de Chosica.

Oficiales y jóvenes de Lima, mar­charon a la quebrada para prestar sus servicios en la causa nacional. Instalado en Lima el “gobierno provisorio” de García Calderón, pretendió conseguir el apoyo de Cáceres ofreciéndole la "vicepresidencia de la república", respondiendo el caudillo patriota que nada tenía que conversar con un régimen impuesto por el ejército de ocupación chileno.

Al mismo tiempo se reunía en Ayacucho la Asamblea Nacional convo­cada por el dictador Nicolás de Piérola, allí catapultado como presidente de la república. Esa Asamblea declaró que Cáceres merecía bien de la patria y Piérola, al organizar su gabinete, lo nombró ministro de guerra. Pero Cáceres continuó en el Centro al frente de sus tropas, actuando de manera autónoma, ya que no recibió ningún apoyo efectivo.

Hasta los propios chilenos se admiraron de que en tan precarias circunstancias, Cáceres formase un ejército que se mantuvo en pie de lucha durante cuatro años, de 1881 a 1884:

"Para luchar contra el enemigo invasor y luego contra el gobierno que dejara impuesto, levantó ejércitos El Brujo de los Andes, recorrió sin tregua ni descanso distancias enormes; pa­sando cordilleras cubiertas de espesa nieve; atravesando caudalo­sos ríos, áridos desiertos, bosques primitivos y superando verti­ginosos desfiladeros. Ni el hielo de las cordilleras, ni los calores tropicales de los valles, ni la falta de agua y víveres, ni la escasez de municiones y medios de transporte para sus tropas, ni los descalabros sufridos, nada fue bastante a doblegar su voluntad de acero, ni quebrantar sus fuerzas físicas, ni dominar su energía".

La falta de unidad nacional desgració al país en esa guerra. García Calderón fue desterrado a Chile y lo sucedió su vicepresidente Montero, estacionado en Cajamarca, desde donde pasaría a Arequipa. El inepto Piérola, a finales de 1881, fue derrocado por el Ejército de La Breña, que proclamó a Cáceres como Jefe Supremo de la República, investidura que se negó a aceptar, reconociendo más bien a Montero.

Pero cuando parecía abrirse el camino a la unidad nacional, en el Norte se pronunció Miguel Iglesias como sucesor de Piérola, fomentando el derrotismo al exigir aceptar la paz que los chilenos proponían, esto es, con cesión territorial.

Fue entonces cuando se agigantó la figura de Cáceres, personero de la honra nacional, que tuvo que luchar contra los enemigos de dentro y de fuera. Su energía de Cáceres impidió la ruina total y con grandes sacrificios sostuvo la resistencia, con el objetivo que hacer menos onerosa la paz con Chile. En 1882 tuvo que dejar los cantones de Chosica y volver a la ruta del Mantaro, perseguido de cerca por una división enemiga de las tres armas.

El Ejército de Cáceres, en retirada, obtuvo un triunfo sobre los chilenos en Pucará, el 5 de febrero de 1882, ordenando entonces el apoyo de las tropas que en Ayacucho comandaba el coronel Panizo, para hacer frente a los chilenos que decidieron estacionarse en Huancayo. Desgraciadamente, Panizo se excusó de cumplir la orden, hasta que abiertamente desconoció su autoridad.

Cáceres resolvió su marcha sobre Ayacucho para reducir a Panizo. Una furio­sa tempestad en los desfiladeros entre Acobamba y Julcamarca convirtió esta mar­cha en un verdadero desastre. Más de 400 hombres rodaron al abismo y se perdie­ron casi todas las bestias de carga, y de silla. El Ejército quedó reducido a 400 hombres.

Panizo dispuso la resistencia. Cáceres acompañado sólo de sus ayudantes es­caló el cerro de Acuchimay donde se encontraba Panizo con sus jefes principales. Su arrojo impuso a los contrarios, siendo aclamado por las tropas.

Cáceres estableció entonces su cuartel general en Ayacucho, donde permaneció tres meses reorganizando su Ejército. Con cuatro batallones de 250 hombres, 150 artilleros y 50 soldados de caballería abrió nuevamente la campaña sobre Junín.

En Huancavelica alistó huestes de montoneros, compuestas de indígenas ar­mados de rejones, y concentró todas sus fuerzas a dos leguas de Pucará y Marca­valle, posiciones ocupadas por los chilenos con un fuerte destacamento.

Ordenó al coronel Gastó que pasando por el pueblo de Comas ocupara Con­cepción, cuya guarnición enemiga fue íntegramente aniquilada. Ordenó asimismo al coronel Tafur que batiera la guarnición de La Oroya y cortara el puente para impedir la retirada de las fuerzas enemigas sobre Lima.

Al amanecer del 9 de julio de 1882 se inició el asalto de las posiciones chile­nas. Después de alguna resistencia las tropas enemigas se declararon en fuga, hostilizadas por los guerrilleros, abandonando más de 200 rifles, municiones, equipo y numerosas cabalgaduras.

Al día siguiente, Cáceres victorioso emprendió la marcha sobre Huancayo; pero el coronel Canto había evacuado esta plaza y dirigídose a La Oroya cuyo puente no había podido ser cortado por el jefe comisionado al efecto. Canto regresó a Lima destruyendo el puente después de su paso e incendian­do todos los caminos y haciendas que encontró en su tránsito.

El Centro de la república quedó libre de enemigos. Las tropas de Canto per­dieron más de la mitad de sus efectivos. Con las fuerzas reducidas por los combates y enfermedades, Cáceres se esta­bleció en Tarma dedicándose perseverantemente a su reorganización.

Las negocia­ciones para la paz que se establecieron en Chile con el presidente prisionero lo forzaron a una inacción de más de tres meses.

En enero de 1883, Cáceres tenía 3,200 hombres instruidos, equipados y disciplinados. En esta época supo su proclamación como vicepresidente del gobierno provi­sional y la confirmación de su clase de general de brigada por el Congreso de Are­quipa. El Congreso de Bolivia le concedió igualmente "esta alta clase en los ejércitos de esta nación”.

Fracasadas las negociaciones de paz con el doctor García Calderón, el enemi­go resolvió entenderse con Miguel Iglesias, abriendo nuevamente las hostilidades contra el Ejército de La Breña. El contralmirante Lynch, jefe de las fuerzas de ocupación, determinó enviar una nueva expedición contra Cáceres con orden de perseguirlo hasta donde fuera necesario.

Con tal propósito, salieron de Lima tres divisiones, bajo las órdenes de los coroneles García, Canto y Arriagada. Este último tuvo el mando en jefe.

Cá­ceres tuvo además que luchar contra la propaganda de los nacionales partidarios de la paz. Desde Tarma marchó a Canta, cuyo pueblo dejó guarnecido con una división a car­go del coronel Santa María; y en seguida se dirigió a Matucana para asaltar Chosica ocupada por 3,000 chilenos.

Se vio obligado a cambiar de plan al saber que una expedición chilena mar­chaba sobre Canta, y que otra división hostilizaba las fuerzas de la quebrada. Para evitar que fueran batidas en detalle, ordenó la concentración en Tarma.

Los chilenos ocuparon Jauja y Cáceres, después de celebrar una junta de gue­rra en Tarma, ordenó la retirada al Norte.

El Ejército de La Breña acampó en Cerro de Pasco el 30 de mayo, seguido a distancia por las divisiones chilenas de Canto y García. De allí inició su marcha, de más de doscientas leguas, por caminos sin recur­sos donde muchas veces faltó el alimento, y donde las tropas se vieron obligadas a acampar en abruptas cordilleras con temperaturas de 10 grados bajo cero.

El 5 de julio, a las 17.30 horas, las tropas, agobiadas, llegaron a la altura de Tres Cruces. El general Cáceres que se había adelantado con su escolta, pudo dis­tinguir una fuerza enemiga de 700 hombres que marchaba hacia Huamachuco. Era el refuerzo que se enviaba desde la costa al coronel Gorostiaga.

En la noche, las tropas peruanas bajaron las cuestas de Tres Cruces para sor­prender el refuerzo chileno que debía acampar en Tres Ríos a cinco leguas de Huamachuco. El jefe chileno, que había visto algunos soldados de caballería pe­ruanos, siguió su marcha hasta esta población, evitando la sorpresa.

La junta de guerra resolvió marchar sobre el enemigo. El 8 se levantó el cam­po con 1,440 hombres. En menos de dos horas se tramontó el contrafuerte que domina a Huamachuco por el Sur y se hizo alto a una legua, al pie de la colina que oculta la ciudad.

Cáceres, por un movimiento de flanco, había hecho creer a las fuerzas enemigas que lo perseguían, que pensaba regresar al Centro. Esta estratagema tuvo éxito.

Para batir en detalle las divisiones aisladas avanzó el general Cáceres sobre Gorostiaga, que se retiró sobre Huamachuco donde con sus refuerzos reunió 2,000 hombres de las tres armas.

El Ejército Nacional alcanzaba, como hemos dicho, a 1,400 hombres, arma­dos con distintos sistemas de rifles, escasos de municiones y sin caballería. Los in­fantes no tenían bayonetas.

El 8 de julio el caudillo nacional resolvió dar la batalla. El coronel Secada ocupó el centro de Cuyurgo, que domina la población, y el coronel Recavarren debía flanquear la izquierda para envolver al enemigo.

Los chilenos evacuaron la población, abandonando equipos y bagajes y con­centrándose en el cerro Sazón, magnífica posición, cuyas ruinas sirviendo de trin­cheras les permitieron ofender a los peruanos.

Este día y el 9 hubo ligeros tiroteos. El asalto se efectuó el 10, avanzada la mañana, por una indisposición del coronel Recavarren quien sin embargo tomó parte en la acción.

Las fuerzas chilenas bajaron el cerro y fueron rechazadas por las tropas del coronel Secada. Unas regresaron a sus atrincheramientos y otras resistieron en unas lomas al costado del Sazón.

La batalla se empeñó decisiva en el extenso llano. Los peruanos, enardecidos, llegaron hasta la cumbre del Sazón. No fue posible contener el ímpetu.

De pronto disminuyeron los fuegos de los asaltantes. ¡¡Faltaban las municio­nes!! El general Cáceres a la cabeza del batallón Tarma pretendió rehacer a los su­yos. La derrota se había pronunciado.

Los chilenos, al darse cuenta de este incidente, se reorganizaron y atacaron a la bayoneta. Su caballería persiguió a los dispersos. Los peruanos, sin esa arma suprema de las luchas decisivas, se defendieron a culatazos.

Todo fue inútil. Los nombres y el número de los jefes y oficiales muertos, el número de bajas de la tro­pa, que sobrepasó al cincuenta por ciento del efectivo, hicieron de Huamachuco la derrota más gloriosa y heroica de la América..

Cáceres, herido, se abrió paso a balazos entre la caballería enemiga. Marchaba sobre Jauja donde había dejado 100 hombres a órdenes del coronel Pastor Dávila para reorganizar nuevamente la resistencia.

Es indescriptible su viaje en estas circunstancias, entre las columnas enemigas y luchando hasta personalmente con fuerzas peruanas que pretendían reducirlo para que aceptase al nuevo gobierno que había firmado la paz.

En Andahuaylas Cáceres estableció su nuevo cuartel general y levantó otro ejército, logrando además el voluntarioso y multitudinario apoyo de las poblaciones campesinas, organizadas en guerrillas. Pero no pudo impedir la suscripción del tratado entreguista de Ancón ni la defección del gobierno establecido en Arequipa.

Con el almirante Lizardo Montero en fuga y con los chilenos amenazando otra vez sus posiciones, Cáceres volvió a la lid, luchando esta vez con un “ejército pacificador” formado por el gobierno de Miguel Iglesias con apoyo de los chilenos.

Cáceres rechazó la imposición del ejército chileno, no aceptó al gobierno espurio de Miguel Iglesias y expresó su patriótica decisión de reiniciar la guerra contra Chile si no desocupaba de inmediato el país. A fin de que los invasores extranjeros se retiraran, Cáceres reconoció el tratado de Ancón como un hecho consumado, reservándose el derecho de combatir contra el gobierno chilenófilo.

Entonces, como siempre, como soldado intrépido, como jefe de Ejército, tuvo rasgos geniales. Aclamado por la nación, supo sobreponerse a situaciones adversas y finalmente se alzó con la victoria, alcanzando la presidencia constitucional de la república en 1886, para iniciar un tiempo de progreso en la llamada Reconstrucción Nacional.

Cáceres soldado pertenece a la historia, al Ejército y a la Nación Peruana. Nuestros niños y jóvenes pueden ver en él a un excelso paradigma de valores cívicos, patrióticos y morales. Los peruanos nos inclinamos con respeto y orgullosos ante esta gloria sin mácula.

Señoras y señores:

Nosotros y nuestros hijos, inspirándonos en el ejemplo del Mariscal de los Andes, tenemos el compromiso de ser fieles a su legado, luchando cada cual desde su diversa esfera de trabajo, por forjar y consolidar una Patria Grande, Digna y Libre, como la anheló siempre el Primer Soldado del Perú, don Andrés Avelino Cáceres.

¡Viva el Perú! Muchas gracias.

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