jueves, 3 de marzo de 2011

EL NACIONALISMO INDÍGENA EN LA GUERRA CON CHILE



Por: Wilfredo Kapsoli Escudero.

¿Tuvieron los indígenas una conciencia nacional du­rante la guerra? ¿Fueron las guerrillas manifestaciones de aquel nacionalismo? ¿Pelearon por el Perú o lo hacían por Piérola, Cáceres o Iglesias?

Estas y otras preguntas han motivado una serie de debates e investigaciones. Los artículos de Henri Favre, Florencia Mallon y las tesis de Heraclio Bonilla y de Nelson Manrique constituyen los trabajos más representativos al respecto. Favre-Bonilla niegan el brote de una conciencia nacional indígena, priorizan los problemas étnicos (guerra de castas) y de clase; por el contrario, Malon-Manrique son fervientes defensores del nacionalismo indígena y del perfil antiterrateniente de la lucha campesina.

¿Cuál de los plantea­mientos se acerca más a la realidad? ¿Hacia dónde inclinarnos? Las réplicas que hace Manrique a Favre por su inconsistencia documental y su falta de correspondencia cronológica no han sido contestadas. Pero las observaciones que hace Bonilla a Manrique sobre cómo se estableció el deslinde entre la conciencia campesina y la conciencia nacio­nal, qué mecanismos operaron el cambio de la conciencia nacional a la de los intereses de clase, tampoco han merecido respuesta. ¿Habrán dado por concluidas aquellas preocupacio­nes o más bien estarán acumulando datos y afinando ideas para la polémica? No lo sabemos.

Por nuestra parte, creemos que en todo el debate anterior hay una serie de ideas rescatables y algunas constataciones evidentes. Pero se notan generalizaciones apre­suradas a partir de algunos casos y la falta de una compulsa mayor de las fuentes e informaciones. Quizá por ello pasaron por alto el nacionalismo indígena que, durante la guerra, se personifica en las figuras de Tayta Cáceres y de Tomas Laynes: un nacionalismo inca.

Un soldado chileno representante de Aconcagua, refriéndose a los indígenas dice: "... impórtales nada que gobier­ne el Perú Sancho, Pedro o Juan, pues , siempre ellos, conservando instintivamente las tradiciones de sus mayores, se creen los humildes súbditos de algún poderoso Inca".

Antonia Moreno consigna en sus memorias: "Para los indios Cáceres era de reencarnación Inca, por eso se postraban delante de él. Ellos creían que Cáceres era el continuador de sus antiguos señores los Incas y, siempre que lo veían le querían rendir homenaje, mezcla de cariño y gratitud. Le llamaban Tayta (padre, señor), con tanto cariño que conmovía. Por eso en Pucará, pueblo de la sierra central, lo recibieron a la usanza del antiguo imperio del Sol. Lindas comparsas de indios, lujosamente vestidos, bailaban a su alrededor cantando y arrojando mixtura de fragantes pétalos sobre nuestras cabezas y sobre el suelo que pisábamo". Algunos estaban disfrazados, enmascarados daban fuetazos en el aire y se movían alegre y lujosamente".

Otro testimonio enfatiza la popularidad y ascendencia de Cáceres: "Los indios lo consideran ser superior. Se descu­bren desde que lo divisan y se arrodillan en su presencia. A cada cual le habla en su lengua natural y les asegura que defenderá sus chozas y que nadie tocará sus llamas y carneros". Los pueblos anuncian con anticipación su paso. Lo reciben con repique de campana, cohetes y toques de bombo, tamboril y cuerno. A su llegada bailan, danzan con música de arpa, guitarra y violín. Cantan los huaynos o canciones de guerra. Las mujeres le presentan sus niños y es para ellos timbre de gloria, que el Tayta toque la cabeza de sus guaguas. Es el Inca, el encargado de protegerlos contra los blancos.

La idea de protección que recibirían se acentuaba con la agresión, los cupos y la violencia que los chilenos imprimían a las poblaciones indias. Por ello, por su atavismo, "rendían homenaje a la pachamama y al verla hollada, vejada sentían revivir en sus corazones el viejo orgullo de los legendarios hijos del sol y, así como en aquellas épocas ancestrales, combatían bravamente por su noble señor, se ofrecían en holocausto por la patria y por el Tayta que era el alma de la resistencia nacional”.

Cáceres mismo contaba que en algunos pueblos de la sierra guardan la poética y vieja tradición de saludar al Sol: "cuando el astro aparece, ellos se inclinan profundamente, quitándose el sombrero".

En diversos momentos de adversidad y de infortunio, la fuerza de su identificación con el Tayta reconfortó el ánimo de los guerreros. Así, después del desastre de Julcamarca, ocasionado por una espantosa tempestad, los gritos de ¡Viva el Perú! ¡Viva el Tayta Cáceres¡ retumbaron los cerros y alentaron a los que habían sobrevivido .

Pero también los condujo al fanatismo. Cáceres refi­riéndose a un combate de avanzada afirmaba: "Ignoro las bajas del enemigo. Sólo he visto con impresión algunas cabezas de ellos en las puntas de lanzas que los indígenas traían como trofeos de guerra". Igualmente, un diario de la época comenta: "Al entrar el General Cáceres a Acostambo fue recibido por los indios con gran entusiasmo. La mayor parte ostentaba en la punta de sus lanzas las cabezas y miembros mutilados de los chilenos muertos en combate. En las paredes de las casas y en los muros de la chacras se divisan también los mismos trofeos sangrientos, recordando los ho­rrores de la guerra de la Edad Media".

Durante toda la resistencia Cáceres recibió la colabo­ración de los indígenas. Siendo ésta más intensa en algunos departamentos como Junín, Ayacucho y Huancavelica y fue prácticamente inexistente en Ancash, Cajamarca y la Liber­tad. El nacionalismo inca en estas regiones no se había puesto en evidencia tampoco en las épocas anteriores. En Ancash, es posterior a la guerra el levantamiento de Atusparia y su inmolación por "El Sol de los Incas". Sin embargo, Daniel de los Heros, recuerda el apoyo que recibieron de los indios de Chacabamba: "Se subió una cuesta bastante larga para llegar a Sulluyacu que está en una altura. Los indios de las vecinas estancias vinieron trayendo comida para el General; carne, papas y maíz para la tropa, que ellos mismos cocinaron en la noche. Se conocía el gusto con el que atendían a nuestros soldados, esos pobres indios, guiados solo por el noble impul­so de su noble corazón por instinto de amor patrio que no se borra en las almas puras, pues, su ignorancia no les permitía comprende la elevada misión que nuestro ejército tenía que cumplir".

El General Cáceres fue, sin duda, un hombre de carisma. Supo aprovechar y representar el sentimiento andino. El trato, la familiaridad, la preocupación por "sus hijos" le confirió el liderazgo mayor. A los soldados los asistía personalmente en los ejercicios y, a menudo, los dirigía él mismo. "Esto regocijaba a la tropa y a mí me proporcionaba la coyuntura de conocerlo individualmente", anota. A los indios les hablaba en lengua quechua y los convertía en mansos corderos. Tenía gran dominio sobre los indios, hablaba todos los dialectos provinciales, conocía la idiosincracia local. Había pasado su infancia en Ayacucho. Daba prestancia a su ascendencia materna de Justa Dorregaray Cuevas, de la princesa Cata­lina Huanca, ultimo vástago de la estirpe de los Incas.

Durante la guerra con Chile, los indígenas actuaron también motivados por el nacionalismo indiferenciado de hacendados, curas, alcaldes y comerciantes. Sobre todo, mu­chos peones de hacienda, asumieron el papel que sus patrones tomaron durante la guerra. Así pelearon en San Juan y Miraflores, al lado de sus dueños los labradores de Montán, de Tucle, Antapongo, de Sollaeta. Pero esos mismos hacenda­dos, Iglesias y Vadallares, posteriormente los hicieron combatir a favor de los chilenos.

Ernesto Rivas ha recogido una versión de cómo los hacendados arengaban a los indios para que se sumaran a la causa nacional. Un joven hacendado reúne a sus colonos indígenas y les habla de esta manera: "Hijos, el enemigo se ha hecho dueño de nuestras comarcas. Con su presencia aquí corre peligro vuestra vida y vuestros hijos, vuestra vaca y vuestro buey, el banquillo donde os sentáis y el puñado de maíz que os lleváis a la boca. Es preciso que el enemigo desaparezca a que nos resolvamos a desaparecer nosotros ante su furia. Mis hermanos que os dieron la tierra para que lo cultivéis han muerto peleando por vuestra seguridad, hay que vengarlos". Al entender los indios se conmovían: "en esta hacienda he nacido; tus abuelos me criaron con tus padres trabajé; y a tí te he visto nacer. De esta manera que defenderemos la hacienda, pelearemos contra los chilenos". Así, partieron del fundo "unos cien indios llevando a la espalda palas, picos, barras de hierro y otros diversos útiles".

Las comunidades se sumaron con sus seculares galgas, hondas y lanzas. "En cada pueblo tenían una corneta en observación sobre un cerro que daba la alarma cuando se acercaba alguna partida enemiga e instantáneamente los habi­tantes de las aldeas corrían a las alturas donde tenían acopios de galgas, que echaban a rodar en los senderos estrechos al paso de los chilenos". De esta manera provo­caban las represalias que ahondaban el odio de los indígenas a los invasores.

En cuanto a la participación de los sacerdotes, un testigo de la época, dice: "fueron el alma del levantamiento". El Obispo del valle, que residía en el pueblo de Ocopa y ejercía una "gran influencia sobre la clerecía serrana, puso en campaña a todos los curas de la región los cuales se colocaron frente a las comunidades indígenas, predicándoles la resistencia y haciéndola ellos mismos en unión con los indios de tal manera que peleaban en los asaltos y varios murieron en combate".

En sus sermones, los sacerdotes predicaban la recom­pensa del cielo para los que se enrolaran a la resistencia nacional. Muchos llegaron al convencimiento pleno y a la entrega total en las acciones bélicas como en Ñahuimpuquio, como se lee en esta crónica chilena: "El ataque tuvo lugar el 6 de abril de 1882, unos 3000 indígenas se lanzaron contra una guarnición chilena. En ello murió un cura y, como era viernes santo los indios llegaban cerca de la tropa y se hincaban implorando les diese la muerte para salvarse. Averiguando con los prisioneros del porqué de esta petición llegamos a saber que el curita que había muerto que les había dicho que el que falleciese ese día peleando con las tropas chilenas se salvaría irremediablemente, porque tendría la dicha de expirar en viernes santo, aniversario de la crucifixión de Nuestro Señor. Y esa fue la causa del arrojo de los infelices indígenas que llevados únicamente al fanatismo e ignorancia iban a perecer cerca de la filas chilenas".

En suma, visto desde cualquier lado, durante la guerra con Chile los indios demostraron una vez su apego a la tierra, a sus dioses y su voluntaria protesta. Con ello contradicen largamente la impresión de Luis Carranza que veía en ello "una aptitud para el sufrimiento extraño al carácter del pueblo que dominaron los incas". De otra suerte no comprenderíamos los actuales hervores y el furor que comprometen al campo y la ciudad dramáticamente.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Profesor Kapsoli, estoy de acuerdo en que los originarios del sur andino han participado en la campaña de la Breña con conciencia histórica propia. La memoria histórica para los iletrados dura por lo menos 5 siglos, ellos conversan con sus líderes y se transmiten las informaciones, además está su arte, su música, su folclor, y tantos valores éticos y estéticos con que se identifican, sirviéndoles para relacionar a su problemática, y tomar decisiones afrontando su realidad. Reciba un abrazo profesor Kapsoli desde España, un alumno de la Ricardo Palma.

Anónimo dijo...

y profe, despues de eso que paso , es verdad que caceres traiciono a los indigenas?
que cuando tomo el poder se olvido ellos?

Anónimo dijo...

Algo que no me parece adecuado,en muchas partes del Perú los indígenas como uds. los llama, aunque muchos eran mestizos, tendrían patrones, pero en Junin, específicamente en el valle del Mantaro, ellos fueron los dueños de sus tierras como parte de su acuerdo con España, hay documentos sobre eso, pues los del valle del Mantaro se aliaron a los españoles en contra de los Incas, así que decir que veían a Caceres como el Inca, es falso. Esa gente tenía nociones de lo que era la patria el Perú.

Anónimo dijo...

Corrijo el comentario del 04-04-2011, no son los "originarios del sur andino", si no del CENTRO (Junín, Ayacucho, Huancavelica). Sabido es que el " ejercito del sur" se esfumo sin hacer un solo tiro, por eso se dice: "Arequipeño, soberbio hijo del Misti, en la guerra con Chile donde mierda te metiste".

Un hijo del centro del Perú.

Anónimo dijo...

odio historia