jueves, 3 de marzo de 2011

“LA PRIMERA MEMORIA DE CÁCERES Y OTROS DOCUMENTOS RELATIVOS A LA CAMPAÑA DE LA BREÑA (1881-1884)”: LIBRO CONMEMORATIVO DE LA OLMC



Por: Manuel Rocca Erquiaga.

La Orden de la Legión Mariscal Cáceres, conmemorando sus primeros 25 años de vida institucional, ha presentado recientemente el volumen titulado “La Primera Memoria de Cáceres y otros documentos relativos a la Campaña de La Breña (1881-1884)”, publicado con los auspicios de la Universidad Alas Peruanas. Se trata de un libro que sin duda marca un hito en la historiografía sobre la fase final de la guerra del guano y del salitre, pues los documentos que presenta y analiza no solo permiten un mejor conocimiento del tema, sino que revelan pasajes inéditos que obligan a una reinterpretación de de ese importante periodo de nuestra historia republicana. El trabajo de investigación fue realizado por Luis Guzmán Palomino, Juan José Rodríguez Díaz, Jorge Barrantes Arrese y Milagros Martínez Muñoz.

La Memoria que Cáceres suscribiera en el Cuartel General de Tarma, el 20 de enero de 1883, explica con detalle sus acciones como Jefe Político y Militar de los Departamentos del Centro, desde su nombramiento el 25 de abril de 1881, incluyendo, por tanto, referencias a la organización de la resistencia, el cerco guerrillero sobre Lima en 1881, la retirada al Centro a principios de 1882, la reorganización del Ejército de La Breña en Ayacucho, la victoriosa contraofensiva de julio de aquel año, cuyo resultado fue la derrota y expulsiòn de los chilenos en todo el valle del Mantaro, y los sucesos posteriores en el cuartel general que se instaló en Tarma, previos a la sacrificada retirada al Norte de 1883 que concluiría con el holocausto en Huamachuco.

La parte sustancial de esa Memoria tiene que ver con el ramo de guerra, pero aparecen también acápites con referencia a los ramos de gobierno y de hacienda. Consta de 118 páginas y lleva como anexos 42 documentos de diversa procedencia. Este importante informe fue publicado por primera vez en Ayacucho, en la Imprenta del Estado que conducía Julián Pérez, el año 1883. La OLMC la reeditó, aunque sin la importante documentación anexa, en la “Revista Cáceres” (Nº 12, Lima, 2001). Contados historiadores la han citado, uno de ellos Hugo Pereyra Plasencia, en su galardonada tesis “Andrés A. Cáceres y la Campaña de La Breña”. Inferimos por tanto que permanece prácticamente desconocida por la mayoría.

Al momento de suscribir esa Memoria, Cáceres acataba al gobierno que presidía en Arequipa Lizardo Montero, a quien dirigió sucesivas comunicaciones solicitándole apoyo para continuar la resistencia. A pesar de no hallar respuesta positiva, en enero de 1883 dirigió su Memoria al Ministro de Estado en el Despacho de Gobierno, Policía y Obras Públicas, iniciándola con la descripción de un escenario político en caos, al decir que la república tenía “dislocadas sus instituciones fundamentales por las tempestuosas olas de la dictadura que invadieron el santuario de la Constitución; (y) laceradas sus entrañas por los rudos golpes de traidora mano, que intenta romper los vínculos de la fraternidad nacional para entregarlas a sus verdugos debilitada por la discordia”. Al explicar la justicia de su causa, Cáceres mencionó que le asistía “la triste persuasión de que las condiciones de paz propuestas por el vencedor después de la ocupación de Lima, jamás serían razonables y decorosas, como no lo fueron las que formuló con el carácter de inalterables, en ocasiones menos propicias para Chile, al celebrarse las conferencias de Arica”. Y tenía toda la razón, pues el tratado entreguista iba a contener cláusulas en verdad indignantes.

Refiriéndose a los sucesos de 1881, la Memoria consigna valiosas referencias sobre la participación heroica de las fuerzas irregulares que se organizaron en la sierra de Lima. Cáceres habla de ocho meses de combates de avanzadas, que prepararon el camino para el triunfal avance del ejército desde Huancayo hasta Chosica: “Creo deber de justicia tributar un voto de aplauso a la provincia de Huarochirí, que acudiendo entusiasta a mi llamamiento, se organizó en fuerzas guerrilleras destinadas a guardar los puestos más avanzados, en cuya defensa tenían que comprometer frecuentemente choques de más o menos importancia, pero siempre encarnizados. Esos patriotas ciudadanos, no sólo hacían la ofrenda de su sangre, sino que proveían a su subsistencia a expensas de sus propios recursos, turnándose semanalmente en el servicio para darse tiempo de atender sus labores ordinarias”.

Más adelante, la Memoria consigna datos sobre las cuantiosas bajas que causó en Chosica el paludismo; al parecer, aquel año se adelantaron las lluvias originando las crecidas del Rímac, con los consecuentes estragos: “La extraordinaria aglomeración de gente en la quebrada de Chosica, harto cerrada y estrecha; las crecientes del Rímac, que infestaban la atmósfera con emanaciones palúdicas; la alimentación escasa y de mala calidad; los rigores de la estación y otras causas más, provenientes de condiciones antihigiénicas, desarrollaron en el cuartel general fiebres de mala índole, que hacia los meses de noviembre y diciembre tomaron un carácter epidémico de funestísimas consecuencias, causando por término medio diez defunciones diarias en el ejército, sin que fuera posible combatir eficazmente los estragos de la peste por la falta de un cuerpo médico bien organizado y la escasez de medicamentos”.

Ello, y el paralelo movimiento de fuerzas chilenas guiadas por traidores, determinaron a principios de 1882 la retirada a Junín. Cáceres, sabiéndose perseguido, tuvo en mente establecer una línea de defensa en la quebrada de Izcuchaca, pero cuando se movía con su ejército hacia Huancavelica el enemigo alcanzó a su retaguardia, trabándose combate en las alturas de Pucará. En la Memoria de 1883 Cáceres destacó el esfuerzo de los valientes que salieron al encuentro del enemigo, dando cima a la sorprendente victoria del 5 de febrero de 1882, a la que llegó a comparar con la obtenida en Tarapacá: “Las fuerzas enemigas compuestas de más de 2,000 plazas, que en cinco horas de recio combate no pudieron apagar los fuegos de las guerrillas que les salieron al encuentro, se desconcertaron con tan inesperada resistencia, prefiriendo replegarse a Pucará antes que aventurar una acción erizada de peligros aunque para ello hubieron de renunciar, mal de su grado, a su propósito de cortar la retirada del ejército y aniquilarlo bajo el peso de sus poderosas armas. Y ciertamente que la coyuntura no pudo ser más propicia al intento. Pero no siempre el triunfo es el aliado de los más fuertes: suele ser también la ofrenda de los más esforzados. Las glorias de esa memorable jornada, son glorias nacionales que merecen figurar en los fastos de la guerra del Pacífico al lado de las que se conquistaron en los campos de Tarapacá”.

Fue entonces que Cáceres empezó a lamentar el desentendimiento con Arnaldo Panizo, quien se negó a conducir desde Ayacucho la división que tenía a su mando. De haber llegado Panizo, a juicio de Cáceres, “se pudo oponer un segundo dique a la invasión del enemigo sobre el departamento de Junín. Cuando menos la expedición chilena hubiera labrado su tumba en las ásperas alturas de Pucará”. Cáceres juzgó con severidad extrema este impase, deplorando en la Memoria lo que calificó como “la traición y la rebeldía de Acuchimay”. En esta localidad, situada en las afueras de Ayacucho, el Ejército de La Breña se alzó con un nuevo e inopinado triunfo, en penosa lucha fratricida descrita por Cáceres con suma aflicción: “No era el cuádruple número del enemigo, ni sus posiciones ventajosas, mucho menos el estado calamitoso de mis tropas, la dolorosa preocupación de mi espíritu en tan críticas circunstancias; lo fue el cuadro trágico que se ofrecía a mis ojos con todo el horror de sus sangrientos detalles, en cuyo desenvolvimiento desempeñaría bien a mi pesar, el papel que me impusiera la fuerza incontrastable de los sucesos; en ella decliné la responsabilidad de las consecuencias y rechazando la fuerza con la fuerza, emprendí ataque contra las posiciones de Acuchimay, en cuya cima se selló la más espléndida victoria, después de un combate de cuatro horas”.

El Jefe de La Breña consignó frases de elogio al pueblo ayacuchano, pues fue merced a su apoyo que se alcanzó la victoria: “Debo un tributo de reconocimiento al pueblo ayacuchano, que se mostró a la altura de sus honrosas tradiciones, asumiendo una actitud enérgica que amagaba la retaguardia de la línea enemiga con las fuerzas que sucesivamente se pronunciaron en los puestos de guardia de la ciudad”. Instalado su nuevo cuartel general en Ayacucho, Cáceres pudo reorganizar el ejército regular, que llegó a sumar 1384 plazas. Levantó asimismo numerosas fuerzas irregulares, resaltando la adhesión que recibió de las “enormes masas de gente decidida al sacrificio, invocando quizá por primera vez el sagrado nombre de la patria”. Repárese en estas últimas palabras: dan testimonio de la marginación en que vivían las comunidades andinas. Cáceres preparó así a los soldados y guerrilleros que, según señaló en la Memoria, “legarían bien pronto días de gloria a la patria y brillantes páginas, escritas con sangre, a la historia”.

De otro lado, encontramos en la Memoria varias referencias a lo que Cáceres calificó como la “refinada barbarie” de los chilenos, viendo “las ricas comarcas de este extenso y populoso valle (del Mantaro) … convertidas como por encanto en campos de desolación y de muerte, cubiertos de escombros y de cenizas, que por doquier señalan las huellas de los vándalos del siglo XIX”. Mencionó también haber contemplado “los cuadros desgarradores que han dejado en pos de sí las bayonetas invasoras: poblaciones saqueadas, casas y templos entregados a las llamas del petróleo; esposas e hijas ultrajadas; numerosas familias que arrastran la existencia desesperante, sin pan ni techo, después de haber visto perecer a sus ancianos padres y tiernos vástagos a la salvaje voz de degüello; todo ese cúmulo, en fin, de episodios de refinada barbarie que han sembrado el luto y el exterminio a despecho de los preceptos de justicia universal consagrados por el derecho de gentes, hasta de los sentimientos de humanidad y de filantropía”. En otro acápite denunció el genocidio perpetrado por los chilenos que “no se detenían en su tránsito sino el tiempo indispensable para dar pábulo a sus perversos instintos, saqueando las poblaciones, reduciéndolas a cenizas y pasando por las armas a sus pacíficos habitantes, sin perdonar a las mujeres y niños sorprendidos en el lecho o al pie de los altares, donde buscaban refugio a la ferocidad de sus implacables victimarios”.

Fue ese salvajismo el que dio cauce a una respuesta igualmente violenta por parte de los campesinos indígenas, cuyo concurso fue el que posibilitó la victoria en la contraofensiva de julio de 1882. Hubo entonces sangrientas represalias y espantosas escenas de carnicería, que alguien comparó con lo visto en Francia durante la época del terror. Las cabezas de los chilenos fueron clavadas en picas y sus miembros arrancados y expuestos como macabros trofeos, conforme relató el periodista Manuel F. Horta, testigo de tales sucesos, en correspondencia que remitió a “El Eco de Junín”, desde Tarma, 26 de agosto de 1882.

La Memoria consigna párrafos que Cáceres repetiría luego en las famosas cartas de noviembre y diciembre de 1883, justificando entre líneas la terrible venganza: “El baldón no debe arrojarse sobre la frente de los valerosos guerrilleros que me prestaron su espontáneo concurso. Declarados fuera de la ley, anatema que los excluye hasta del seno de la humanidad, no se creían obligados a reconocer en sus opresores derechos que se les negaba. La inexorable ley de las represalias, no arguye responsabilidad contra los que la ejecutan, cediendo al irresistible impulso de la venganza, que se saborea gota a gota, cuando se pueden cobrar los ultrajes de la barbarie, diente por diente, ojo por ojo, como trofeos de guerra; cuando a falta de un tribunal entre las naciones beligerantes, que refrene los excesos de refinada crueldad a que se deja arrastrar el implacable vencedor, no queda a la víctima más recurso que hacerse justicia, castigando por sus propias manos los degüellos en masa, las matanzas a sangre fría de poblaciones inermes e inofensivas. La responsabilidad cae, acompañada de la reprobación general, sobre los victimarios que provocan esos duelos sangrientos”.

Sin duda, de esta Memoria emerge un Cáceres comprometido socialmente, que decreta la suspensión y la rebaja de los tributos impuestos a la población indígena: “Habiendo quedado reducidos a la más espantosa miseria los desgraciados pueblos que se alistaron a mis órdenes y lucharon valerosamente en la campaña de Junín, un estricto deber de justicia a su triste situación y merecida recompensa a sus servicios, me ha obligado a exonerarlos del pago de la contribución personal; asimismo creí de equidad y de conveniencia social y política reducir la cuota del impuesto a un sol en la sierra y dos soles en la costa respecto a los demás pueblos de la zona, que si no son acreedores a tan digno premio conquistado en el campo de batalla a costa de sangre, merecen una mirada de lástima en medio de la pobreza a que se hallan condenados por consecuencia de la guerra, que viene sembrando estragos y ruina por todas partes. A tal punto he llevado mi solicitud a favor de esos desventurados, que he tenido la grata complacencia de obtener su exención del pago de primicias, interponiendo al efecto mis buenos oficios ante el obispado de Ayacucho”.

No sorprende entonces que la adhesión a su causa alcanzase en la población campesina expresiones realmente conmovedoras. Una semana después de firmar la Memoria, Cáceres tuvo que movilizarse sobre la quebrada de Canta, “para que desapareciese la situación dudosa y amenazadora creada por Vento, cuyas relaciones con los enemigos tenían visos de toda certidumbre” (Carta a Montero, firmada en Tarma el 27 de enero de 1883). No tuvo tiempo de explicar a los pobladores el por qué de su desplazamiento y entonces vino a suceder un hecho hondamente emotivo, referido por un periodista testigo de tal suceso: “La comunidad de Acostambo, luego que supo el movimiento del ejército sobre Canta y Matucana, nombró una comisión de cuatro vecinos respetables, para que hicieran presente al general Cáceres cuánto hería a su patriotismo el que emprendiera operaciones contra el enemigo sin contar con el concurso de ellas. Hacían presente que tenían quinientos guerrilleros perfectamente armados y listos para moverse a la primera orden que se les diese. Hemos visto a los comisionados en el estado mayor. Son cuatro ancianos que visten el traje peculiar de los indios de Huancavelica: calzón corto de cordelete, medias de lana, ojotas, chaquetones azules con botonadura amarilla, sombreros altos. Todos usan trenza. El aspecto de los comisionados es el de hombres acostumbrados a que se les guarde consideraciones, y a ser escuchados con respeto. La sensatez de sus discursos y el despejo con que hablaron, revelan que son los ancianos más cultos y considerados de su comunidad. Después de haber escuchado una contestación lisonjera, regresaron a su pueblo”. Agregaría el cronista que el sentimiento patrio había buscado “el calor de las chozas, para abrigarse del frío ambiente de las ciudades”. (Crónica publicada en “El Perú” de Tarma, el 14 de abril de 1883).

Por esta Memoria sabemos que Cáceres demandó de Montero decretar medidas extraordinarias a los efectos de afrontar la precaria situación económica del Ejército de La Breña. Por aquellos días, Cáceres se quejaba amargamente ante Montero: “Hace dos meses que de oficio y particularmente pedí tu aprobación al decreto sobre expedición de vales para subsidios del ejército y como hasta ahora no recibo contestación en asunto tan importante, mando de nuevo al ministerio dicha comunicación y espero favorable resolución” (Carta fechada en Tarma, el 27 de enero de 1883). La precariedad económica de los breñeros aparece patente en este pasaje de la Memoria: “En sus períodos de holgura apenas percibe el soldado una escasa propina de cincuenta centavos por semana, no disfrutando los jefes y oficiales sino la cuarta parte de su haber como maximum de buenas cuentas al mes”.

Y a pesar de tantas contrariedades, Cáceres se reafirmó dispuesto a continuar la guerra de resistencia, que entonces apuntaba tanto a la preservación de la integridad territorial cuanto a la defensa del honor nacional, consignando en la Memoria esta singular promesa: “Han de obligarnos a preferir la heroica inmolación en aras de la patria, a una paz ignominiosa y depresiva de la autonomía nacional. El infortunio sufrido con nobleza y dignidad es preferible a un cobarde y vergonzoso abatimiento. Si la guerra impone sacrificios, fuerza es apurarlos hasta las heces, cuando la paz no ofrece más expectativa que un porvenir sombrío. En vez de legar a las generaciones venideras la herencia de una transacción oprobiosa, condenada por la conciencia nacional y por los principios de la justicia, es preferible sucumbir en la demanda dejando abierto el campo a la lucha, para que los hijos se encarguen de vengar la muerte de sus antepasados”. Hermoso compromiso que Cáceres y los héroes de La Breña sabrían cumplir a cabalidad, emprendiendo algunos meses después la sacrificada Retirada al Norte, cuyo pico más alto se alcanzaría en la batalla de Huamachuco, holocausto de dolor y apoteosis de gloria.

Adjuntas a la Memoria se publican sus 42 anexos documentales, la mayoría suscritos por el propio Cáceres, gran parte de ellos inéditos.

El libro conmemorativo de la OLMC incluye además otras valiosas crónicas de la Campaña de La Breña, entre ellas un “Diario Anónimo” escrito en los inicios de la Campaña de la Breña, que conteniendo sucesos apuntados desde el 28 de abril de 1881 hasta los primeros días de setiembre de aquel año, apareció en el diario “El Perú” de Tarma, a poco de ser fundado por Ricardo Guzmán de Malamoco, en 1882. Luego, otra valiosa crónica anónima tomada del diario “El Perú” de Tarma, referida a algunas de las criminales acciones perpetradas por la expedición Letelier y a la lucha guerrillera que se libró en la región central precediendo a la contraofensiva de julio.

Incluye también un testimonio imprescindible para el análisis de la Contraofensiva de 1882, firmado por el Comandante Ambrosio Salazar, Vencedor de Sierralumi y Concepción, que echa por tierra la validez de unas seudo Memorias atribuidas indebidamente a ese jefe patriota y que hasta hoy se habían utilizado como fuente fidedigna no teniendo tal calidad. El auténtico testimonio del Comandante Ambrosio Salazar no solo pone énfasis en destacar los méritos del General Cáceres y del Coronel Gastó en la Contraofensiva de 1882, minimizados y hasta anulados en las seudo Memorias, sino que varias veces señala que el combate de Concepción se libró un día antes de la fecha consignada por la historia oficial peruana y chilena, referencia por demás sorprendente.

¿Se equivocó de fecha el comandante Ambrosio Salazar, protagonista del suceso, al referir que el combate de Concepción se inició al atardecer del 8 de julio de 1882? De hecho, no fue una errata, porque el título de su relación decía exactamente: “Asalto de Concepción - 8 de julio de 1882”. Más aún, esta singular relación fue publicada en el diario “El Perú” de Lima el 8 de julio de 1886, con ocasión de conmemorarse el cuarto aniversario de la memorable victoria. El singular detalle reviste la mayor importancia, considerando que Chile ha fijado el 9 de julio como el día en que su ejército jura fidelidad a su bandera, en homenaje a sus caídos en el combate de Concepción, recordando año tras año que ellos hicieron resistencia hasta ser destruidos por completo el 10 de julio de 1882. Haciendo un imaginario paralelo, es como si a nosotros nos probasen con un documento fidedigno que Bolognesi y los defensores del Morro de Arica se inmolaron el 6 y no el 7 de junio de 1880. En Concepción no quedó chileno vivo. Por tanto, todas las historias que sus publicistas urdieron sobre el combate no pasan de ser imaginativas, pues solo pudieron obtener datos de algunos campesinos a quienes arrancaron confesiones en medio de torturas y de algunos comerciantes extranjeros avecindados en Concepción, que fueron presionados a informar sobre un combate que tal vez ni se atrevieron a mirar.

El volumen incluye asimismo un singular documento que a juicio de sus editores debiera reconocerse como el Himno de la Campaña de La Breña. Originalmente, esa composición fue denominada “Canción: El asalto de Marcavalle” y fue compuesta por un patriota que sólo nos dejó su seudónimo, Hoche. Pudo haber sido el coronel Arturo Morales Toledo, en ese entonces fidelísimo y valioso colaborador de Cáceres, como militar y como periodista. La composición fue firmada el 4 de octubre de 1882, vale decir, poco después de la victoriosa contraofensiva que terminó con la expulsión de los chilenos que ocupaban el valle del Mantaro. Pero los avatares de La Breña, la sacrificada retirada al Norte y luego el repliegue hasta Andahuaylas, pudieron ser causa para que esa canción, marcha o himno se publicase recién el lunes 7 de abril de 1884, esto es, en los tramos finales de la campaña. Apareció en el periódico patriota “La Prensa Libre”, que afrontando muchos peligros publicaron los breñeros en la capital ocupada, hasta que el presidente chilenófilo Miguel Iglesias decretó su clausura.

Páginas más adelante, el libro inserta una “Crónica francesa de la Retirada al Norte y de la batalla de Huamachuco”, escrita en 1883 por uno de sus principales protagonistas, el teniente coronel Ernesto de La Combe, quien como Segundo Jefe de Ingenieros y Jefe del Cuerpo de Ayudantes acompañó al ejército de Cáceres en esa memorable jornada. Este valioso documento nos hace ver que para un mejor estudio de La Breña no solo tenemos que revisar con mayor atención los periódicos que en aquellos años circularon en el Perú, sino también los que se publicaron en el extranjero, porque la prensa de los países vecinos, así como la norteamericana y la europea siguió con cierto interés los sucesos que se desarrollaron en esta parte del Pacífico. La crónica de Ernesto de La Combe, escrita originalmente en francés, se publicó en “Le Figaro” y “Les Tempes” de París, Francia, y “Amerique” de Gante, Belgica, reproduciéndose a principios de 1884 en “La Prensa Libre”, de Lima. Hasta la fecha ningún autor ha citado como fuente este singular documento que describe lo sucedido desde la partida de Tarma hasta la hecatombe en los llanos de Purubamba. Contiene muchos datos de interés que complementan los que sobre estos mismos hechos anotaran los breñeros Daniel de Los Heros, Pedro Manuel Rodríguez, Abelardo Gamarra, Francisco de Paula Secada e Isaac Recavarren, entre otros. Sumados ellos a los partes oficiales, versiones periodísticas y a las Memorias de Cáceres, es posible entender con mayor claridad lo que aconteció en aquellos aciagos como gloriosos días. En Huamachuco, dijo La Combe, “se perdió todo, menos el honor”.

Finalmente, se publica un singular documento que bien puede considerarse como la Segunda Memoria de la Campaña de La Breña, escrita de puño y letra por el general Andrés Avelino Cáceres, en 1902. Para entonces, tras haber cumplido labor diplomática en Italia, Cáceres redactó una extensa carta en la que por primera vez hizo una síntesis de toda la campaña, remitiéndosela al general argentino Juan M. Espora, quien por entonces se hallaba escribiendo un libro sobre “La Guerra de Montaña en el Perú”, cuyo tema central era precisamente la resistencia de La Breña. Espora era un antiguo camarada de Cáceres. Su espada defendió la causa peruana en las campañas del Sur y de Lima, y al regresar a su tierra natal, siguió a través de la prensa y por correspondencia epistolar el azaroso trajinar del ejército patriota. Tal fue su interés por conocer en detalle lo que fue esa heroica lucha, que en Europa, y particularmente en París, sostuvo reuniones con Cáceres, solicitándole unas líneas escritas que corroboraran lo que le dejó referido en emotivas y largas conversaciones. De retorno en Lima, Cáceres se dio tiempo para poner en orden sus recuerdos y suscribió la mencionada carta el 24 de setiembre de 1902.

El Presidente Nacional de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres, el General de División Pablo Correa Falen, declara que con esta edición conmemorativa, su prestigiosa institución “prosigue la tarea de dar a conocer aspectos inéditos o poco conocidos de la épica gesta de nuestros héroes, publicando La primera Memoria de Cáceres y otros documentos relativos a la Campaña de La Breña (1881-1884)” en recuerdo y homenaje del héroe sin par y ciudadano sin tacha”.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Es muy valiosa la investigacion y estudios realizados sobre las memorias de Cáceres y la campaña de la Breña, además de los datos adicionales incorporados que aqui refieren, dandonos a conocer la verdadera historia sin modificación alguna.
Es triste saber que existieron peruanos que se negaron apoyar a Cáceres en su lucha por defender la patria pero es mucho mas gratificante saber que existio un hombre tan valiente como Cáceres y todos los que a su lado lucharon por una causa comun defender la soberania del Perú.
Se que todo el que tenga la oportunidad de leerlo se dara cuenta lo orgullosos que debemos de sentirnos de ser peruanos.

Rosa Acuy dijo...

Es muy importante contar con este tipo de articulo investigativo que nos muestra puntos reales acerca de nuestro heroe Andres Avelino Caceres y sobre la campaña de Breña es muy util para aclarar algunos puntos que muchos libros de historia no conocen.

Rosa Acuy dijo...

Es muy importante contar con este tipo de articulo investigativo que nos muestra puntos reales acerca de nuestro heroe Andres Avelino Caceres y sobre la campaña de Breña es muy util para aclarar algunos hechos que muchos libros de historia no conocen,por ese motivo nos dan una información deficiente.Saber que hubo un hombre que lucho contra los chilenos,muchas veces en desventaja y otras sufriendo el abandono de sus supuestos aliados no se dio por vencido y lucho por nuestra patria.Debemos aprender del nuestro pasado y seguir el ejemplo de nuestros héroes y enfrentar como un país unido cualquier tipo de adversidad.

Anónimo dijo...

Me parecen interesante este tipo de publicaciones y no por el hecho de recordar viejas heridas, si no mas bien por el respeto, agradecimiento y orgullo que se merecen todos aquellos compatriotas que entregaron su sangre por defender lo que nos pertenece, defensa que hicieron en las condiciones mas adversas posible, no solo por la inclemencia de la naturaleza y plagas, sino por la falta de compromiso de la clase politica, y la eterna burocracía.

Anónimo dijo...

Acá tienen más información:

http://lahistoriadelperu.jimdo.com/una-amarga-transici%C3%B3n/

robert ruiz dijo...

la verdad es muy grato saber mas, hacerca de nuestro heroe Andres Avelino Caceres, y todo lo referente a los sucesos que acontecieron en la campaña de la breña.

Anónimo dijo...

interesante si con esto no se reacciona en cuestiones de administración logística y económica a nuestras tropas estamos condenados a repetir la historia, hasta el momento no se les reconoce nada ha esos pueblos que lucharon sin interés.....pueblos olvidados peru.